Hace una semana desconocíamos que Nadal nos daría una satisfacción más. Hace una semana deseábamos con todas las fuerzas verle ganar su Grand Slam número 21. Estábamos seguros –estaba segura yo– de que así sería y que un día podría contar a mis nietos que yo había visto triunfar a Nadal.
Desconocíamos entonces –desconocía yo– que la cara maravillosa de un éxito tendría una cruz –qué cruz, señor– horas después, marcada por imprecisiones en el lenguaje que, más allá de equivocaciones, son lapsus, resortes ancestrales, ligados a una visión testosterónica de la vida y sus circunstancias. Pero mira tú por dónde surgía además una nueva categoría de deportistas: las nadies.
Las nadies son un grupo de mujeres invisibilizado y desde hace una semana vilipendiado, una tríada de tenistas con más de veintiún Grand Slam. En concreto, 24, Margaret Court; 23, Serena Williams; o 22 Steffi Graft. Ganó el quinto set Rafa y algunos periodistas henchidos de emoción gritaron “nadie había conseguido hasta ahora reunir 21 Grand Slam”. Habían nacido, ya digo, las nadies.
Lo comenté a mi alrededor. Recibí respuestas varias. Por ejemplo, que las redes sociales eran nefastas y que se decían muchas tonterías improvisadas y se escribían barbaridades sin fondo. A lo que repliqué que el comentario era entre otros de la televisión nacional, la que pagamos todos.
También, otro clásico de las respuestas llenas de razón masculina, como que el Grand Slam en la categoría femenina se jugaba a tres sets y no a cinco, algo que por cierto también ocurre con el tenis en silla de ruedas, que cuenta con otro “don Nadie”, Shingo Kunieda, el japonés con 27 títulos Grand Slam. Nada. Nadie.
Pocos días después, en una mesa redonda sobre igualdad, se habló de la posibilidad de un pacto por la conciliación, a lo que yo sumé la idea del pacto por la igualdad sostenible. Se preguntarán si esto tiene alguna ligazón con el deporte. Y podría decir que no, pero diré que sí, porque todo lo que signifique trabajar socialmente por la equidad está unido.
Es más, sin ella es imposible avanzar hacia una sociedad sostenible, si entendemos por sostenibilidad no sólo los factores medioambientales sino también los sociales y de gobierno corporativo, que a estos efectos interesan ambos. Y me acordé en aquel acto de una frase dicha hace más de diez años por una amiga y antigua colaboradora en un congreso sobre Conciliación y Empresa que predecía que en un tiempo la no conciliación estaría tan mal vista como un vertido tóxico. Los vertidos están multados.
Todo lo que signifique trabajar socialmente por la equidad está unido
De la conciliación seguimos hablando. Y más allá de este concepto que a mí me gusta superarlo por la corresponsabilidad cuando hablamos de la conciliación en el ámbito familiar, si pasamos de lo micro a lo macro para seguir trabajando por la realidad de la igualdad, es necesario un pacto que profundice en mecanismos para alcanzarla –teóricamente llegaremos en 2080 de seguir la senda actual–, más allá de leyes y planes por más que estén funcionando. Un pacto que haga entender a la sociedad que es insostenible caer a la primera de cambio en nadies, en el olvido de la mitad de la población.
Esos deslices afectan a todos los estratos sociales. Por ejemplo, según un estudio de la Fundación Woman Forward, con la colaboración de la Universidad Pontificia de Comillas, sobre la visión de los hombres de la igualdad en la empresa española, los directivos afirman que ellos son buenos sobre todo “para la toma de decisiones, ayudar a alcanzar objetivos, contribuir a un mejor conocimiento del mercado y al crecimiento económico”. Pero destacan que las mujeres contribuyen “a la imagen y reputación de la empresa, en mejorar la transparencia y la ejemplaridad, en ayudar al empoderamiento de otras y a aportar a la justicia social.»
La realidad es que según el Instituto Europeo de Igualdad de Género (EIGE, por sus siglas en inglés), España consigue 72 puntos sobre 100 en equidad, pero cuando desciende a ese lugar doméstico en el que se ponen cimientos de igualdad también lo hace en su puntuación, llegando a 64 sobre 100, debido al reparto del tiempo dedicado a los cuidados y al trabajo doméstico.
De hecho, el propio Instituto Nacional de Estadística (INE) nos da unas claves vitales. Según sus investigaciones, los hombres sin hijos con pareja que trabaja dedican 8,7 horas semanales a trabajos no remunerados, los que tienen que ver con cuidados y el hogar, frente a 16,4 las mujeres. La diferencia crece cuando hablamos de hombres con hijos y pareja que trabaja: ellos dedican 20,8 horas a la semana a “sus labores” y ellas 37,5.
Hace una semana no sabíamos tampoco que una mujer, una canción y un país iban a reproducir a nivel internacional estereotipos que traban el camino hacia la igualdad. No podía imaginar que una joven, Chanel, sería seleccionada para representar a nuestro país en Eurovisión con una letra que, en mi humilde opinión, reproduce esquemas sexistas y que, en mi interpretación, podría estar sugiriendo trueque de sexo por dinero: «Si tengo un problema, no es monetario. Yo vuelvo loquita a todos los daddies».
Tampoco sabíamos que un entrenador que hace bromas sobre violaciones colectivas seguiría entrenando al Rayo Vallecano, el femenino…. Aunque, en mi humilde opinión, no lo merece ninguno.
Hace una semana, digo.