Hay personas que llegan a tu vida para bombardearla. Personas que saben elegir muy bien su presa.
Joana Caparros era de esas. Supo desde el minuto uno que yo era y soy de las que se apuntan a un bombardeo y utilizó las granadas de mano de la amistad y el fuego de mortero del compromiso para unirme en alguna de sus aventuras y en muchos de sus proyectos.
Estaba loca…, por las mujeres, por la paz. Sabía lo que quería. Lo mismo que había desarrollado para ellas: el empoderamiento. El de las mujeres más top. El de las más desfavorecidas. El de las intelectuales. Pero también y especialmente el de las artesanas. Siempre como dice su hija Verónica, con esa capacidad suya formativa, sin duda procedente de su carrera de Pedagogía de la que siempre hacía gala y a la que recurría para tratar a sus diseñadoras artesanas por el mundo, especialmente en la República Dominicana y en Colombia.
Joana reclamaba justicia universal, sobre todo para sus congéneres. Amante del arte y los artistas, potenció, provocó y preconizó el humanismo y la paz a través de los eventos que realizaba a nivel internacional. Como recuerda su amiga y colaboradora Mayte Ariza, siempre “con impacto social, político y cultural”. Yo siempre le decía que debería haberse dedicado a la política y me miraba sonriente respondiéndome que era yo quien estaba llamada a ello.
Y desde luego política era, con esa capacidad de convencerte para vender hielo a los esquimales, incluso intuyendo que podía llegar derretido. Porque vivía en la utopía realista, en el deseo de cambiar las cosas, a veces atropelladamente, como muchos genios, “con su mente original y prodigiosa, con su espíritu eternamente joven -reconoce Ariza- que le permitía disfrutar con todo, caótica, dispersa, espontánea, dicho esto de manera positiva porque lograba todo lo que su corazón deseaba”.
Joana fue una mujer libre. Asegura su hija Verónica que se “ponía el mudo por montera”. Doy fe. Se movía con una rapidez mental a veces complicada de seguir, alborotada y risueña. Recuerdo, ahora que lo escribo, su risa casi dramática, por estridente. No le apagaba ni la enfermedad. Me contó su hija que tenía billete de avión para viajar desde su querida Mallorca hasta Marbella para pasar parte de la Semana Santa con ella y su familia. Porque Joana era una madraza y le gustaba ejercer incluso con quienes no eran sus hijas, sus tres queridas hijas, Mercedes, Eva y la ya nombrada Vero, feliz abuela de cuatro nietos que la amaban.
Su aptitud para tratar a los niños seguramente fue la simiente de su fórmula mágica para codearse con todo tipo de personas. Era capaz de organizar una venta de ropa con su adorada Lucía Bosé o cenas con Cristina Macaya, con las que allá arriba estará tramando algo; de encontrar el apoyo de la Unesco organizando un evento con la diseñadora Bibi Russell y la actriz Marisa Berenson, en el que contó con la ayuda de Mayte Ariza, su gran colaboradora también en “las Jornadas de la Tolerancia con la participación y presencia de Federico Mayor Zaragoza, los Conciertos por La Paz, inventándose premios como el que se le concedió a Miguel Bosé, artista por La Pazo o en el foro con Bianca Jagger para los derechos de las mujeres desplazadas en Bosnia y Herzegovina”.
“Le daba igual tratar con una artesana que con una Reina”, dice Verónica. Pero siempre buscó y contó con la colaboración y el compromiso de Doña Sofía, como aliada perfecta. Recuerdo que me regaló un bolso tipo Kelly con tela india y orgullosa me confesó que solo lo teníamos la Reina y yo, un bolso realizado por las mujeres que trabajaban con Bibi Russell en su proyecto Fashion for Development. Precisamente a Bibi tuve la oportunidad de conocer concediéndole uno de lo premios Internacionales Yo Dona, en 2008.
Hablando de premios, siempre agradecerá a Joana y a su organización Women Together que me otorgara uno de sus galardones en la sede de Naciones Unidas, en 2012, por cierto, junto a la vicepresidenta de El Español, Cruz Sánchez De Lara. Fui feliz. Y guardo en mi recuerdo esa noche, en la que cené junto a Eileen Rockefeller, también laureada en aquella octava edición de unos premios que alguien debería recuperar. Y digo recuperar porque los previstos para mayo de 2020 no pudieron celebrarse y es una pena porque tuve incluso la ocasión de leer la carta de aceptación de los diseñadores Dolce&Gabbana que eran unos de los elegidos. Fue el último intento. Pero seguían en la carpeta de los proyectos, uno de muchos.
Sabía que nunca le daría tiempo a concluir todas las acciones que había soñado. Pero se ha ido sabiendo que creó y que sus creaciones trascendieron, ya fueran sus talleres de microcréditos, ya la artesanía realizada con resinas, ya su idealizada formación de jóvenes excluidos o en peligro de exclusión social. “No es que Joana practicara la solidaridad. Es que creía firmemente en la cooperación. Siempre decía que bastaba muy poco para hacer mucho”, asegura su hija Vero, que recuerda el proyecto inconcluso con las tejedoras colombianas y la artista Joana Vasconcelos para vestir los árboles con trajes de punto reclamando la paz.
Vero escribió a su madre una “carta en la que le agradecía su magia, la vida que nos había dado y la libertad. Como mujer. Como madre. Ojalá que estas tres cosas que me has dado -le decía- las pueda transmitir yo a mis hijos”. Ávida lectora, en las últimas fiestas de Navidad, regaló a sus familiares el libro Encontrarse, de Charles Pépin. Le había impresionado y lo recomendaba. Yo ya lo he comprado.
Y leo: “He escrito este libro para demostrar que podemos convertir el azar en nuestro aliado, que podemos prepararnos para acoger lo inesperado. (…) Pero eso supone tener una visión clara de la mecánica y el poder del encuentro, comprender lo que es la acción, la disponibilidad y la vulnerabilidad”.
Y me erizo porque hace apenas una semana, mi equívoca orientación me llevó a una calle cuando buscaba otra. Pasé junto al café en el que nos encontramos Joana y yo por primera vez. Y pensé en ella, en que hacía tiempo que no hablábamos. Reprimí el impulso de llamarla. Llegaba tarde. Un par de días después recordé que no lo había hecho y de nuevo procrastiné. Enseñanza para siempre: seguir la intuición. Podría haberme despedido. Se fue unas horas después. Durmiendo. Dicen en su amada Colombia que es el sueño de los justos.